
Berna decidió no concederle al tiempo ni un minuto más para el silencio, no prolongar ni desviar el itinerario que sólo conduce a la clausura, al cansancio de lo cotidiano, a los tiempos prestados que, algún día, se tenían que acabar. Se arrojó a la aventura de utilizar páginas en blanco, vírgenes, las páginas que nunca habían sido escritas, para trazar la caligrafía de su propia historia. Decidió emprender otro viaje, sin detener el paso de las horas, sin echar la mirada atrás, obviar la evocación, los ecos… Berna decidió recomponer las piezas, aprendió a cerrar círculos; apreció que detrás del telón negro que decora el horizonte del futuro hay mucho más. Hay todo lo que es hoy, porque adivinó que hoy es el futuro de ayer, el pasado de mañana.
No sabía que algún día le gustaría leer a Millás. Quizá estaba escrito en su destino (en sus páginas en blanco). No me extraña, porque siempre había deseado manejar el bisturí eléctrico, el que abre y cauteriza; el bisturí eléctrico de Millás en El Mundo:
Berna (hoy le gusta leer a Millás) está aprendiendo a manejar el bisturí eléctrico en cada instante de su vida, cada uno de esos que te abren una herida aunque sea sólo con la intención meditada de cerrarla. Sabe que el amor nos libera al mismo tiempo que nos ata, que los hijos, al mismo tiempo, nos llenan y nos vacían, que la propia vida, al mismo tiempo, nos causa la muerte, que podemos, al mismo tiempo, recuperar la razón y perderla. Sabe que el bisturí eléctrico te abre una herida para que tu mal empiece a curarse, que quema pero cauteriza, que duele pero cura, se convierte en remedio, en salida inevitable…