miércoles, 28 de noviembre de 2007

Escribir



Hoy me copio a mí mismo. De Vidas robadas extraigo algunos fragmentos sobre el hecho de escribir:

“… El texto lo reconocía como suyo, pero le impresionaron estos últimos párrafos. Con ellos quería huir del perfume de las palabras, desertar del consuelo. Ahora no se sentía con fuerzas de continuar con el relato -quizá sería miedo a experimentar el vértigo que se adueñó de él cuando los escribió- a pesar de que sabía perfectamente que cuando uno escribe se convierte en amo y señor de la historia, que la puede moldear a su antojo una y otra vez dando forma a sus sueños, aunque siempre consideró la creación como un acto de rebeldía, un claro manifiesto de rechazo de la vida tal como es, y así lo quería reivindicar a través de las reflexiones de Francesc. Se había ido metiendo poco a poco, a través de la propia historia de su novela, en el descubrimiento de un mundo desconocido para su experiencia trascendental, un mundo de marginación, de perversidad, incluso de degradación. Un complejo mosaico de relaciones humanas descarnadas.

A esta experiencia radical había que sumar el hecho de que sentía el proceso de creación como un aislamiento; se encerraba ¿sin quererlo? en sí mismo y en el mundo del propio relato, le seducía vivamente el deseo de sustituir el mundo real por aquel que, al escribir, fabrican los deseos de nuestra imaginación. Constantemente recordaba a R. Walser: la intranquilidad y la incertidumbre, así como la intuición de un destino singular, quizá me han impulsado a tomar la pluma para intentar reflejarme a mí mismo. Verdaderamente siempre había intuido un destino singular y sabía que al escribir no podía esconderse de sí mismo, pues el proceso creador está firmado por la permanente interioridad del escritor; como una huella fija.

Yo misma he descubierto recientemente que cuando escribes, la mitad de ti no te pertenece, está en otro mundo, en el de la obra que estás creando, sueñas con palabras, con personajes. Debe ser algo así como estar enamorada.

No pocas veces al tomar la pluma –o encender el ordenador- Pablo sentía como si hubiera resbalado hacia el abismo de la propia narración, experimentaba un cierto hundimiento. A lo mejor escribía para que esa sensación desapareciese, para asirse en algo que le detuviera la caída, porque el hecho de aislarse ante la página en blanco le hacía interrogarse a sí mismo, aunque a veces sólo le respondía el eco de sus sentimientos.

A menudo se sometía a la disciplina: escribía y corregía, o borraba constantemente, exigiéndose cada vez más. Pero esa mañana sólo se encontró con fuerza para releer el capítulo cinco desde el principio sin intención, si quiera, de corregirlo.

Decidió no abandonarse a la elucubración de universos diferentes a los de su propia realidad y se tumbó en el sofá para escuchar una vez más The look of love, el compacto que le había regalado Laura el día de su aniversario, el último que pasaron juntos…”

No hay comentarios: